A principios de la década de 1990, Finlandia tuvo una enorme crisis económica provocada por la caída de su principal socio, la ex URSS: la tasa de desempleo se elevó al 20% y el sistema bancario estuvo al borde de la bancarrota, lo mismo que muchas de sus empresas más importantes.Hoy, una década después, Finlandia es uno de los países más pujantes del mundo moderno: su PBI anual per cápita es de 25.000 dólares (siete veces superior al de la Argentina), con poca brecha entre ricos y pobres; es líder en comunicación (el 75% del total de los habitantes cuenta con teléfonos celulares y más del 25% del total está conectado a Internet); ubicado según el Foro Económico Mundial al tope del ranking de desarrollo ambiental sustentable y considerado por el Instituto Internacional para el Desarrollo como el tercer país más competitivo del mundo.
Invitado por la Academia de Ciencias de Finlandia, gracias a la gentil intervención del embajador de ese país en la Argentina, viajé en visita oficial a Helsinki con el propósito de conocer cuáles son las causas principales de este cambio trascendental y qué papel cumplió la actividad científica y tecnológica en él, recoger experiencias que puedan ser de utilidad para la gestión de la política de ciencia y tecnología argentina, y fortalecer las relaciones científicas entre ambos países. Transcribo a continuación los hallazgos principales.
En primer lugar, Finlandia hizo frente a su crisis de comienzos de la década de 1990 con gran optimismo y creatividad. Como nos explicó el presidente de la Academia de Ciencias de ese país, Ramiro VŠyrynen, en toda crisis hay un grave problema, pero también una gran oportunidad. La crisis se origina porque deja de ser útil un determinado modelo, pero siempre es posible emplear esa oportunidad para trabajar de una forma distinta y original, aprovechando las circunstancias cambiantes del mundo moderno.
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Eso fue lo que hizo Finlandia. Utilizó los más modernos métodos de planeamiento estratégico para estudiar las nuevas tendencias de los mercados mundiales y las comparó con sus fortalezas internas, reales o potenciales. El objetivo era buscar las nuevas actividades productivas que serían más demandadas en el futuro y en las que, además, ellos podían alcanzar los máximos niveles mundiales de competitividad.
Detectadas esas actividades, el Estado les dio un fuerte apoyo realizando -entre otras medidas- importantes inversiones en ciencia y técnica que robustecieron el sistema de investigación e innovación. El Estado también apoyó decididamente el sistema educativo para capacitar recursos humanos a niveles de excelencia.
Para tomar esa trascendental decisión tuvieron en cuenta tres cuestiones: la conveniencia de entrar en el mercado mundial con productos de altísimo valor agregado en lugar de su tradicional producción basada en la madera; la necesidad de obtener altos niveles de competitividad, para poder ganar mercados mundiales y sostenerlos en el tiempo, y la observación de que, en mercados muy competitivos y cambiantes, la clave de la sostenibilidad exitosa es la innovación permanente, tanto en productos como en procesos productivos.
En función de esa decisión, la inversión finlandesa en ciencia y técnica pasó del 1,8% del PBI en 1990 al 3,5% del PBI en la actualidad. Cabe destacar que eso fue política de Estado, ya que en los 14 años tuvieron gobiernos de distinto signo político que, sin embargo, mantuvieron el incremento de inversión anual de manera sostenida. Pero el esfuerzo fue realizado en forma conjunta entre el Estado y el sector privado, que lleva el peso más significativo en el financiamiento. No menos importante es acotar que casi todos los fondos para financiar actividades de ciencia y técnica son concursables y que las actividades son sometidas a rigurosas evaluaciones periódicas, para buscar la excelencia en forma constante.
Pero ¿fue solamente esa decisión la causa del éxito actual de Finlandia? Creo que tuvo un papel relevante, pero no fue la única causa, tal vez ni siquiera fue la principal. A mi juicio, lo determinante es la propia cultura del pueblo finlandés y el sistema de valores y creencias que moldean su comportamiento cotidiano.
Los finlandeses creen en la importancia del conocimiento. Por eso, cuando privatizaron algunas de las empresas del Estado en los cambios implementados para salir de la crisis, los recursos obtenidos los destinaron a incrementar las inversiones en ciencia y técnica.Los finlandeses tienen fuertes valores éticos, por eso Transparencia Internacional destacó a ese país como el que posee el menor grado de corrupción en el mundo.
El ciudadano típico finlandés es ordenado, limpio, puntual, responsable, respetuoso de las leyes y del derecho de los demás.
En Finlandia prima la cultura del trabajo y del esfuerzo; el Estado es eficiente y aplica un riguroso sistema de premios y castigos.
Esas creo que son las condiciones que producen lo que un directivo de Nokia (principal empresa finlandesa, líder mundial en telefonía celular) denominó como «entorno favorable»; esto es, un ambiente propicio que posibilita y ayuda a que las empresas finlandesas innovadoras y emprendedoras puedan prosperar y tener éxito a nivel mundial.
¿Consideran los finlandeses que ya llegaron a la cima y que ahora sólo les resta cosechar el esfuerzo anterior? En absoluto. Son conscientes de que todavía tienen problemas graves por resolver; por ejemplo, la tasa de desocupación permanece todavía alta (en el orden del 10%). También saben que la competencia mundial los va a obligar a innovar en forma permanente y que lo peor que les podría pasar es «dormirse en los laureles».
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Enfrentan el futuro con precaución, pero con optimismo; confían en el valor del esfuerzo propio y tienen al conocimiento como principal herramienta de trabajo.
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El autor es secretario de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva
Comienzo de la notaA principios de la década de 1990, Finlandia tuvo una enorme crisis económica provocada por la caída de su principal socio, la ex URSS: la tasa de desempleo se elevó al 20% y el sistema bancario estuvo al borde de la bancarrota, lo mismo que muchas de sus empresas más importantes.
Hoy, una década después, Finlandia es uno de los países más pujantes del mundo moderno: su PBI anual per cápita es de 25.000 dólares (siete veces superior al de la Argentina), con poca brecha entre ricos y pobres; es líder en comunicación (el 75% del total de los habitantes cuenta con teléfonos celulares y más del 25% del total está conectado a Internet); ubicado según el Foro Económico Mundial al tope del ranking de desarrollo ambiental sustentable y considerado por el Instituto Internacional para el Desarrollo como el tercer país más competitivo del mundo.
Invitado por la Academia de Ciencias de Finlandia, gracias a la gentil intervención del embajador de ese país en la Argentina, viajé en visita oficial a Helsinki con el propósito de conocer cuáles son las causas principales de este cambio trascendental y qué papel cumplió la actividad científica y tecnológica en él, recoger experiencias que puedan ser de utilidad para la gestión de la política de ciencia y tecnología argentina, y fortalecer las relaciones científicas entre ambos países. Transcribo a continuación los hallazgos principales.
En primer lugar, Finlandia hizo frente a su crisis de comienzos de la década de 1990 con gran optimismo y creatividad. Como nos explicó el presidente de la Academia de Ciencias de ese país, Ramiro VŠyrynen, en toda crisis hay un grave problema, pero también una gran oportunidad. La crisis se origina porque deja de ser útil un determinado modelo, pero siempre es posible emplear esa oportunidad para trabajar de una forma distinta y original, aprovechando las circunstancias cambiantes del mundo moderno.
Eso fue lo que hizo Finlandia. Utilizó los más modernos métodos de planeamiento estratégico para estudiar las nuevas tendencias de los mercados mundiales y las comparó con sus fortalezas internas, reales o potenciales. El objetivo era buscar las nuevas actividades productivas que serían más demandadas en el futuro y en las que, además, ellos podían alcanzar los máximos niveles mundiales de competitividad.
Detectadas esas actividades, el Estado les dio un fuerte apoyo realizando -entre otras medidas- importantes inversiones en ciencia y técnica que robustecieron el sistema de investigación e innovación. El Estado también apoyó decididamente el sistema educativo para capacitar recursos humanos a niveles de excelencia.
Para tomar esa trascendental decisión tuvieron en cuenta tres cuestiones: la conveniencia de entrar en el mercado mundial con productos de altísimo valor agregado en lugar de su tradicional producción basada en la madera; la necesidad de obtener altos niveles de competitividad, para poder ganar mercados mundiales y sostenerlos en el tiempo, y la observación de que, en mercados muy competitivos y cambiantes, la clave de la sostenibilidad exitosa es la innovación permanente, tanto en productos como en procesos productivos.
En función de esa decisión, la inversión finlandesa en ciencia y técnica pasó del 1,8% del PBI en 1990 al 3,5% del PBI en la actualidad. Cabe destacar que eso fue política de Estado, ya que en los 14 años tuvieron gobiernos de distinto signo político que, sin embargo, mantuvieron el incremento de inversión anual de manera sostenida. Pero el esfuerzo fue realizado en forma conjunta entre el Estado y el sector privado, que lleva el peso más significativo en el financiamiento. No menos importante es acotar que casi todos los fondos para financiar actividades de ciencia y técnica son concursables y que las actividades son sometidas a rigurosas evaluaciones periódicas, para buscar la excelencia en forma constante.
Pero ¿fue solamente esa decisión la causa del éxito actual de Finlandia? Creo que tuvo un papel relevante, pero no fue la única causa, tal vez ni siquiera fue la principal. A mi juicio, lo determinante es la propia cultura del pueblo finlandés y el sistema de valores y creencias que moldean su comportamiento cotidiano.
Los finlandeses creen en la importancia del conocimiento. Por eso, cuando privatizaron algunas de las empresas del Estado en los cambios implementados para salir de la crisis, los recursos obtenidos los destinaron a incrementar las inversiones en ciencia y técnica.Los finlandeses tienen fuertes valores éticos, por eso Transparencia Internacional destacó a ese país como el que posee el menor grado de corrupción en el mundo.
El ciudadano típico finlandés es ordenado, limpio, puntual, responsable, respetuoso de las leyes y del derecho de los demás.
En Finlandia prima la cultura del trabajo y del esfuerzo; el Estado es eficiente y aplica un riguroso sistema de premios y castigos.
Esas creo que son las condiciones que producen lo que un directivo de Nokia (principal empresa finlandesa, líder mundial en telefonía celular) denominó como «entorno favorable»; esto es, un ambiente propicio que posibilita y ayuda a que las empresas finlandesas innovadoras y emprendedoras puedan prosperar y tener éxito a nivel mundial.
¿Consideran los finlandeses que ya llegaron a la cima y que ahora sólo les resta cosechar el esfuerzo anterior? En absoluto. Son conscientes de que todavía tienen problemas graves por resolver; por ejemplo, la tasa de desocupación permanece todavía alta (en el orden del 10%). También saben que la competencia mundial los va a obligar a innovar en forma permanente y que lo peor que les podría pasar es «dormirse en los laureles».
Enfrentan el futuro con precaución, pero con optimismo; confían en el valor del esfuerzo propio y tienen al conocimiento como principal herramienta de trabajo.
El autor es secretario de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva